Para mi querida amiga PJS:
Había
una vez un señor llamado Pedro que tenía su casa enclavada en lo más
lejano de una colina, justo al lado de un camino poco conocido, donde
usualmente no transitaba nadie más que los pastores camino al monte.
En donde no había ningún árbol ni mucho menos una sombra que apaciguase las cálidas tardes del norte.
Entonces
pasó un viajero con un hermoso sombrero de paja, engalanado con un
cuezco de durazno ensortijado en una pluma azul que engarzaba una cinta
azul que le distinguía desde lejos. Mientras el viajero en su descuidado
rumbo al sur divagaba entre las preocupaciones que tenia, muy grandes
para él, pero superfluas para nosotros, se vino una gran ventolera, como
esas que corren en el verano mientras el viajero pasaba lo más cercano a
la casa, lo más cercano que su ruta le permitía. La miro de reojo
mientras se alejaba sin darse cuenta que el viento le arrebataba su
maravilloso sombrero, broche de su engalanada vestimenta.
Quiso
Dios que el sombrero volase hasta un par de metros de la casa, cayendo
apuntando al suelo. Viéndose protegido por el sombrero, el cuezco cayó
en una grieta del terreno y viéndose aprisionado por los terrones quiso
el destino que germinase.
Pasaron
los días y Don Pedro notó que algo había cerca del muro, se acercó y
encontró el sombrero. Primero pensó en ver que era y al removerlo vio un
pequeño brote. El corazón de Pedro se compadeció del pequeño brote y
desde entonces se preocupó más que de él mismo por asegurarse que este
brote siguiera vivo. Al comienzo lo protegió con el sombrero, luego
cuando el sombrero ya era muy pequeño le puso una varilla para que
pudiese surgir derecho. Luego unas rocas le protegieron del viento, una
plancha de Zinc doblada le tapaba de las heladas ya que Pedro ponía y
retiraba la lata cada día.
Sin
saber de donde obtenía el agua o la humedad para sobrevivir Pedro
pensaba para sí que esta plantita era suya, cuidándola, limpiándola y
abrigándola por las noches, por lo que comenzó a disfrutar cada día que
podía de ella. Llegó un momento que empezó a surgir un árbol frondoso y
cálido que daba una sombra en verano y unas flores en primavera que
pronto le cambiaron el paisaje a la zona. Pedro siempre pensó que el
regalo de la semilla lo era todo para él, sin darse cuenta que fue su
propio esfuerzo y los delicados cuidados que le dio a la planta los que
en si hicieron que esta germinase y se convirtiera en el frondoso árbol
que hoy adorna las postales.